lunes, 25 de mayo de 2009

Lo que viajé, lo que soy. / Europa 2008



Una vez más me encuentro ante la magnificencia de un recuerdo, invasión de nostalgia y momentos invaluables recorren cada parte de mi cuerpo, mi cabeza, mi vida y mi corazón. Un viaje que significó más de lo que yo pudiera imaginar e incluso entender. El paseo por las grandes ciudades, dueñas de monumentos, bañadas por la estética de un tercer mundo en el que se respira más que seguridad, buena vida o caras bonitas. Cada espacio con sus pequeñas o grandes dimensiones, cada persona de cada país: los inmigrantes de Londres, los turistas de Barcelona, los ciudadanos de París, la sonrisa permanente de los Alemanes. Todo es tan inmenso que no me queda más que tratar de recordar  momentos que marcaran mi vida para siempre y que me reiteran mi pasión oculta por las razas, las sociedades, la cultura, las formas de vida. Todo, desde el idioma hasta la delicadeza de un cambio de tipografías entre el arte de cada nombre de calle, cada cartel de un restaurante y cada señalética de transporte en cada país. Me invaden los suspiros, el alivio, la sonrisa que se queda con Europa, mi vida es otra, no se si soy más madura, más sincera, más paciente, pero sí soy más feliz, porque una vez más  me doy cuenta que he cumplido una misión más por la que vine a este mundo y por la que valió la pena vivir. Porque valen la pena los mareos, valen la pena las turbulencias, la comida de astronauta en un vuelo sin fin, vale la pena sentarse atada a la "seguridad" de un cinturón por 11 horas, vale la pena pelear, odiar, discutir, vale la pena, comer terrible por 16 días, dormiir poco, descansar menos, no sentir los pies, vale la pena gastar tus energía un día completo sin pensar lo que será el día siguiente, el significado de viajar también lo hacen los momentos imperfectos. 


Gracias París, por presentarme tu pueblo, tus museos, tu peace and love, tu petit llamado Jisse, tu baguette en la torre, tu metro en la hora pico, tu café, tu kebbab, tus tiendas de media noche.


Gracias Barcelona por enseñarme a tomar leche de pantera, por regalarme momentos de entendimiento con acento catalán, por enfriar mis pies con el agua de Barceloneta.


Gracias Londres por conquistar mis oídos con la campana de tu acento, por hacerme sentir escuincla en los leones de Trafalgar Square, por dejarme entrar en un pub, otro pub y otro pub y ese Church dominguero que se queda haciéndome un nudo en la garganta...Primark! Primark! Primark!


Gracias Frankfurt por tu comida que nos volvió a la vida y tus sonrisas incansables, buena actitud y hospitalidad siempre.


Gracias Toronto por esos grados bajo cero en medio de la nieve nunca antes vista.


Si pudiera ir, regresaría siempre.




QUE LA NIÑA ESCRIBA SU CUENTO


Hablando de las cosas que hacen la vida más rica, me encuentro vaciando mis ideas al aire, pensando en el texto de un libro para niños. Nada más emocionante y honesto que hacer dibujitos...más aún cuando estos tienen una historia y un significado.

Cualquiera pensaría que, como tal, un cuento para niños, es una gran responsabilidad, pues de él depende la formación intelectual del chamaco, junto con otros tantos libros de texto por los que pasan sus ojitos inocentes a lo largo de tantos años de escuela, sin embargo, he aquí mi punto:

Los sueños y la fantasía de los cuentos, son más carne aún que cualquier enseñanza en forma relacionada con cualquier materia establecida en cualquiera de las boletas institucionalizadas en las escuelas.

Es mejor hacer volar la mente hasta lugares inimaginables, no darles todo tan digerido y tan exacto. Mejor hacerlos pensar que ellos son dueños de su propia realidad e incitarlos a la duda imaginativa, al sueño de colores. 

Y si escribo esto, es con la idea de auto convencerme de que más allá de pensar en un diálogo perfecto, un principio y un final impecables, tengo que volver a ser niña, entender que la cabeza relajada y sin barreras hace más que aquella que se mantiene congelada ante la duda, tan racional y tan aburrida.

Fin y principio.