sábado, 20 de abril de 2013

NUNCA DIGAS NUNCA IRÍA DE SHOPPING AL GABACHO (San Antonio 2012)

 
Hace unas semanas decidí pasar unos días de “vacaciones” por el paraíso del consumo. Pocas cosas más acercadas a lo que “YO NUNCA HARÍA” pero últimamente y con más frecuencia desde mis 30, practico el Haz lo que nunca hubieras con quien menos te imagináras; se ha convertido en el Por qué no, en esa cosquillita que de no cumplirse se convertiría en una urticaria culposa.

Mi destino: San Antonio.
Mi objetivo: Shopping.

La sola idea de ser Caro-Superficiagilística-primorosa por tres días no sonaba nada mal. Sobre todo cuando llevo tres cuartos de vida bajo el modo automático extra sentimental de romántica del sufrimiento, lo cual es invérsamente proporcional a mis ganas de ser feliz.

Debo decir que la aventura de cruzar el charco no es mi especialidad, me pone nerviosa que los gringos te vean con ojos de presunto portador del virus del genocida violador narcosatánico buscado por todos los Yunaited y su Tom Cruise. Así que ya me imaginaba lo peor, pensaba en los mil homónimos que pudieran viajar conmigo además de mi fiel Caro Quintero. Así que antes de aterrizar, ensayaba dicursos de niña fashionista hija de papi con 10 mil dólares para gastar, You know what I mean Sr.?

En esas estaba cuando se anunció nuestro aterrizaje.

Nunca fue tan fácil derribar las cadenas de un antro exclusivo como el filtro de Estados Unidos. San Antonio nos abrió las puertas con una sonrisa gigante de esas que te hace sentir el “welcome back” a flor de piel, pues  sólo llegar, la alfombra estaba más que puesta y 4 reinas se disponían a despojar de sus armas hasta a los más pudorosos maniquís, vigilantes día y noche del imperio Mall.

Así que antes de que otra cosa pasara: Espanglish, let’s get started! A parlar como nos lo han enseñado series, películas y realitis que han sido mejores maestros aún que los de carne y hueso.

Y es que siempre me ha gustado hacer un efuerzo por hablar el idioma del País que visito. Es una de las tantas delicias de viajar. Ser una recién nacida balbuceando el idioma natal de otro entre los miles de adultos que te ven como inocente criatura, me hace sentir lejos de la tierra que me parió: Libre.

Nuestro primer ejercicio de conversación tuvo lugar en HERTZ con una gringa cuerpo pan cake. Darnos a entender con ella no fue del todo fácil, escuchar el monto total del chistesito, menos. ¡714 dólares! ¡¡¡10 mil pesos!!!!!  Esto es: dos mensualidades de un auto mediano, un ipad, una renta decente en un departamento bien ubicado. FUCK! FUCK! FUCK!!! Con cara de deportadas, veíamos a la gringa que seguía diciéndonos la cifra y lo que ésta incluía como si con su modo cool eslanguerísimo, la cifra se hiciera así bien mini. Bad news, bad news.
Después de un breve team back y una dosis de insulina, decidimos que lo mejor sería ver precios con otra agencia de renta de autos. ¿Una que se viera más patito? Chin. Pues sí.

Así llegamos a Alamo, por lo menos  su nombre resultaba más familiar, it´s like Alamos, Allá-vamos, Ala, Alí Babá, Al-amo. Si, ahí.

El encargado era un jóven afroamericano, bastante amable que intentaba entendernos a la vez que se enternecía con cualquier gesto de “WHAT”. Todo se daba de la manera más polite hasta que surgió de la mano de una de las nuestras… ¡¡¡UNA CALCULADORA!! Amigos, si quieren romper el hielo en el primer mundo, saquen su calculadora, pocas cosas quedarán tan grabadas en la memoria de nuestro amigo, como la de haber visto después de las mil y un revoluciones de smart phones, una calculadora, ese aparato capaz de hacer numeritos, no le pidas que tome fotos, te ubique en el espacio y mucho menos que vibre.

La cosa es que gracias a ese bello momento patrocinado por nuestra amiga Rous, las risas se hicieron más y los ceros menos. –I don´t know, maybe Hertz is more expensive, because it hurts- dijo nuestro amigo, y nosotras privadas entre mil jajajas, bueno, LOL pa’ que me entiendan my friends.

Finalmente con todo y el momento de risas y entretenimiento, Alamo resultó ser mucho más barato. En total 4 mil varitos, más unas horas gratis, cortesía de nuestro amigo, con quien no tardamos en presentarnos. Muchouu gustouu Perla, muchou gustou Carou, mucho gusto R-R-R-R-R-ous? –Yes-, -“Rous”, but you can also say ROSS, drees for less or ROUX,  like Roxanne you don´t have to put on the red light”.

Así empezaba nuestra aventura con la gracia del “me no entender”, que es el condimento de cualquier viaje, y este no tendría porqué ser la escepción.

Ya en el auto, el GPS hizo de las suyas y nos llevó sin demasiados contratiempos al hotel. En el camino, mi mirada comenzaba a descubrir los letreros de las tiendas, los señalamientos y las muchas, muchísimas banderas que gritan HELLO I´M UNITED STATES,  AND I’M ALSO A TRADEMARK.

Desveladas, despeinadas y deshidratadas llegamos a nuestro hotel y como no había tiempo que perder, apenas entramos, dejamos maletas y salimos al primer mall marcado en nuestro itinerario. GPS: A La Cantera plis.

Este Mall quedaba muy cerca del hotel, lo cual resultó ser algo así como ir con hambre al supermercado: un error, pero delicioso.

El Mall al puro estilo gringo, al aire libre, cómodo, con ese ven a mí que te hace sentir como pez en el agua y que te regala un oasis en medio de un calor desértico, con un abrir y cerrar de puertas.

Ahí, todo es comprable, todo. Y más, si se practica la filosfía de “En México no voy a encontrar algo igual”. Una tienda llevó a la otra y en menos de lo que imaginábamos ya éramos víctimas del compra compra.

Pocos momentos tan  inolvidables como el de verme parada por primera vez frente a frente a un URBAN OUT FITTERS si, esa tienda a la que todos se referían como: “La vas a amar” “Es todo tu estilo” “Te mueeeeeeres” “Ve con mucho dinero”. La misma tienda que idealicé por cerca de 3 años estaba ahí, coqueta y altiva. Así que la hice mía, me revolqué con sus cositas en una especie de reencuentro amoroso.

URBAN OUTFITERS es una de esas tiendas en las que me podría pasar literal un día entero, tiene la mezcla perfecta de ropa, gadjets, libros, rock, accesorios, bla, bla, bla, y todo tiene tanta onda que se te caen los calzones y pues ni modo, te compras otros. De ahí saqué uno que otro regalito para mi y para los míos.

Después, como nuestro itinerario dictaba que visitaríamos un Ross y un Target ese mismo día, tuvimos que despedirnos de nuestra hermoso mall con más esperanzas que dólares de volver.

Y Ross ¡Ross, dress for less! como su lema lo dicta es una tienda con look supermercado bara bara, lleve lleve, un tanto deprimente, no solo por el tipo de gente que va ahí, si no también por la luz blanca cero fashion y una que otra personita con cara de sabritón. Pero si a tí lo que te caracteriza es la paciencia y esas ganas de encontrar joyas en medio de un pantano, es tu lugar.

Para mi ir a Ross fue como encontrar un Oasis de lanchas en medio de un mar abierto. La lucha por encontrar zapatos de mi talla estaba por terminar, no más “No se preocupe señorita, estos son del 5, pero dan de si, vienen amplios” El pasillo estaba destinado a mujeres como yo que tienen los pies bien pegados en la tierra y que difícilmente serán derribadas por un Tsunami.

Así que imaginen a Caro con una música de orquesta, el cabello hacia atrás por el viento de los efectos especiales y dirigiéndose con los brazos bien abiertos al paraíso de los zapatotes. Qué belleza enconcontrarte con tus almas gemelas, otras grandotas como tú probándose zapatos, You are not alone.

Entre chopin y chopin, recordábamos comer y como a Caro le gusta sentarse, tomarse su cheve y disfrutar del bello paisaje, así sea una manada de gringos chapeaditos, nos sentábamos a comer que si la pizza, que si a hamburguesa, que si el hot cake, todo deliciosamente puerco y a raciones* que podrían alimentar a una familia completa.


Durante 4 días consumimos tando como pudimos y yo que pensaba me iba a cansar pronto, me vi hipnotizada por cada tienda que visitaba, desde la que tenía todo para su perro (donde yo compré a pesar de no tener perro),  hasta mi queridísimo Target, Ikea y señoras y señores para cerrar con broche de oro, la gualmar. Ese supermercado, por el que aquí no doy un peso, allá me sacó hasta el último dolar la última noche.

Y es que asaltada por la angustia de no haber completado mi lista de regalos y con apenas unas horas para nuestro regreso, le pedí a Roux que me acompañara a ese gualmar quesque muy chingón  quesque por ser 24 horas.

Así fue que el hechizo de media noche nos arrojó  a una aventura alucinante. El tiempo se encapsuló en medio de anaqueles repletos de cosas que nunca creímos haber encontrado en un pinche súper.

El epíritu de la pícara soñadora nos poseyó e hizo que permaneciéramos despiertas por alrededor de 3 horas, moviéndonos a ritmo de autómata entre cada pasillo.

No sé cómo llegamos, como nos fuimos, como pagamos, sólo se que ese evento resumió perfectamente el estado de apendejamiento en el que te sumerges cuando decides entrarle al chopin, esa droga que te provoca un estado todo lo puedo, todo lo compro, pero que al final te puede hacer perderlo todo.

Haber si así como buscamos cualquier motivo, escusa o razón parta meterle algo más a un closet que ya guacarea ropa, encontáramos un motivo, escusa o razón para decir no, no lo necesito.

En bien padre comprar y dejarse jugar. Ser la Barbie de plástico manejada por la mano de I want you entre mall y mall. Es bien padre sentir que “las cosas” son el motor de la felicidad.

Pero es más padre saber que puedes soltarte y  volver entonces a jugar con todo lo que te hace feliz y no se compra.


Que lo compres feliz.











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