Cada
viaje te hace más adicto a la vida. El problema es lidiar con el regreso, con
encontrarte de nuevo en un lugar fijo,
previsible y sin fronteras más allá de lo conocido.
El día de la huída
veníamos arrastrando una tal cantidad de pendientes, entre los cuales estaba el
veredicto de un pasaporte del cual dependía nuestra historia. Afortunádamente
después de una serie de llamadas, llantos y bilis, un día antes de irnos, pudimos arrojar el pedo que traíamos dentro y empezar a soltar la cuerda para
elevarnos por los cielos de la aventura.
El jueves dormimos
apenas un par de horas, las necesarias para tener la fuerza para cargar más de
15 kilos al lomo, más los gramitos extra de libros, maquillaje, pasaporte, diarios,
guías y hasta un osito de peluche que protegió nuestro camino mejor que un
cadenero del Baby O.
El problema era que el
número de pendientes era inversamente proporcional al número de minutos que
restaban para el despegue y entre el kit de supervivenca no podían faltar la
plancha de ropa a cargo del equipo morado, más el kit de aseo personal a cargo
del equipo azul. Pasaportes, boletos, música, libros, libretas, faldas, pantalones,
calzones, calcetines, zapatos, tenis, rastrillos, chipotles molidos, gorritos
unitalla, pasta de dientes, plancha de pelo, productos para el frizz,
tic..tac…tic…tac.
Finalmente llegamos al
aeropuerto sin más perscanses que el de encontrar el euro al precio más caro de la historia:
$19.30. Ándele pues, señito, deme lo que me alcance con esto, total, para todo
lo demás existe Mister Card.
Una vez consumado el
deal, caminamos con nuestra hermosas ojeras pero con el corazón más despierto
que nunca a la sala de espera.
Entre lo que nos
esperaba en la vestíbulo de la felicidad estaban un par de viejitas a las
cuales les causamos absoluta curiosidad, tanto que mientras comiámos unos
deliciosos emparedados sazonados con el te saco los ojos de starbucks, una de
ellas nos dijo que se le había antojado mucho, así que Lore le ofreció del suyo
(el mío había desaparecido hace 3 bocados) y la señora se negó con una sonrisa
hermosamente gentil.
Desde ese momento nos
volvimos amigas de sonrisas. Una era muy abierta y la otra más bien
observadora. Rompimos el hielo y platicamos de nuestros destinos; ellas iban a
Paris y nosotras a recorrer varios países, antes de regresar a nuestro primer y
último destino: Paris.
La más abierta de las dos
tenía un problema crónico en la garganta que le impedía hablar con
claridad, pero no era algo que le importara
demasiado y mucho menos que le impidiera comunicarse pues, entre tanta sonrisa, lo que menos hacía falta eran las palabras.
Nos felicitó por irnos nosotras
dos solas, nos dijo que aprovecháramos ahora, que ella así lo hizo a lo largo
de su vida. “Viajen mientras puedan hasta
que estén así”, esto último lo acentuó con un gesto corporal que consistió
en agarrárse un grueso mechón de su cabellera blanca, rindiéndole tributo al
lenguaje universal y primario de las señas.
Recuerdo
con gran nostalgia ese momento pues fue ahí cuando se levantó el telón de este
gran episodio de nuestras vidas y nos presentó el primer acto de un viaje más ,
esteralizado nada más y nada menos que por un par de viejitas, cuya enseñanza más
grande fue la de seguir en nuestra aventura hasta que todo se cubriera de
blanco, del color de la luz.
Y
entonces volamos, cenamos, despertamos, platicamos, leímos, desayunamos,
dormimos y aterrizamos.
París
estaba bajo nuestros pies. Ya podíamos
gritar a todos los cielos que estábamos oficialmente en territorio europeo.
Sin
más preguntas que las de cajón de “¿A dónde van?” y “¿Por cuántos días?”, nos
cellaron el pasaporte de acceso libre por su continente. Después de una gran
sonrisa de agradecimiento, un cambio de avión y un café illy, que fue algo así
como el pellizco de cafeína que nos aseguraba que eso no era un sueño, nos
preparamos para vivir Europa 2011.
Roma
nos esperaba con una margherita y cientos de romanos listos para la guerra del
taco de ojo con mucho risotto.
Tuvimos
que esperar muy poco para el cambio de avión que nos llevaría a Roma y
bendecidas por la ligereza de nuestros cuerpos sin más maletas que cargar,
recorrimos los pasillos de ese lugar genérico de razas llamado aeropuerto y en
el que te encuentras por unos momentos suspendido en una especie de limbo
multiracial.
Finalmente
llegó el momento de caminar por el gusano transportador. Viajamos alrededor de
cuatro horas, mismas en las que medio dormíamos y medio despertábamos. En las
pantallas pasaban un programa de una viajera por cada rincón de Italia: Roma,
Nápoles, Sicilia y demás aperitivos que hacían más que antojable la llegada.
Al
bajar del avión, lo primero que nos sorprendió fue el hecho de encontraros con
baños mixtos. Después de entrar y salir varias veces tratando de entender la
logísitica de la división de sexos, nos percatamos de que se trataba de un baño
donde convivían baños para él y para ella. ¡Benvennutti al primer mundo! donde,
por cierto, los baños tienen un peculiar y penetrante aroma con acentos de Nunca tomo agua.
Así,
después de un más que presto desagüe, fuimos por las maletas para empezar
nuestro viaje. Al encontrarme con la mía, descubrí que había sufrido una herida
de por vida en el peor momento del viaje: el primer día. Maldije Las Petacas de Miguel y su ínfima
calidad camuflajeada de bella por fuera-barata por dentro.
Me
recuerdo enfurecida y dramática por el incidente y ahora me río pensando que si
me dieran a elegir, elegiría viajar apenas lo suficiente como para acabarme un
millón de maletas.
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