viernes, 19 de abril de 2013

VIAJEMOS HASTA ACABARNOS LAS MALETAS

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Cada viaje te hace más adicto a la vida. El problema es lidiar con el regreso, con encontrarte de nuevo en un lugar fijo,  previsible y sin fronteras más allá de lo conocido.

El día de la huída veníamos arrastrando una tal cantidad de pendientes, entre los cuales estaba el veredicto de un pasaporte del cual dependía nuestra historia. Afortunádamente después de una serie de llamadas, llantos y bilis, un día antes de irnos, pudimos arrojar el pedo que traíamos dentro y empezar a soltar la cuerda para elevarnos por los cielos de la aventura.

El jueves dormimos apenas un par de horas, las necesarias para tener la fuerza para cargar más de 15 kilos al lomo, más los gramitos extra de libros, maquillaje, pasaporte, diarios, guías y hasta un osito de peluche que protegió nuestro camino mejor que un cadenero del Baby O.

El problema era que el número de pendientes era inversamente proporcional al número de minutos que restaban para el despegue y entre el kit de supervivenca no podían faltar la plancha de ropa a cargo del equipo morado, más el kit de aseo personal a cargo del equipo azul. Pasaportes, boletos, música, libros, libretas, faldas, pantalones, calzones, calcetines, zapatos, tenis, rastrillos, chipotles molidos, gorritos unitalla, pasta de dientes, plancha de pelo, productos para el frizz, tic..tac…tic…tac.

Finalmente llegamos al aeropuerto sin más perscanses que el de encontrar  el euro al precio más caro de la historia: $19.30. Ándele pues, señito, deme lo que me alcance con esto, total, para todo lo demás existe Mister Card.

Una vez consumado el deal, caminamos con nuestra hermosas ojeras pero con el corazón más despierto que nunca a la sala de espera.

Entre lo que nos esperaba en la vestíbulo de la felicidad estaban un par de viejitas a las cuales les causamos absoluta curiosidad, tanto que mientras comiámos unos deliciosos emparedados sazonados con el te saco los ojos de starbucks, una de ellas nos dijo que se le había antojado mucho, así que Lore le ofreció del suyo (el mío había desaparecido hace 3 bocados) y la señora se negó con una sonrisa hermosamente gentil.

Desde ese momento nos volvimos amigas de sonrisas. Una era muy abierta y la otra más bien observadora. Rompimos el hielo y platicamos de nuestros destinos; ellas iban a Paris y nosotras a recorrer varios países, antes de regresar a nuestro primer y último destino: Paris.

La más abierta de las dos tenía un problema crónico en la garganta que le impedía hablar con claridad,  pero no era algo que le importara demasiado y mucho menos que le impidiera comunicarse pues, entre tanta sonrisa,  lo que menos hacía falta eran las palabras.

Nos felicitó por irnos nosotras dos solas, nos dijo que aprovecháramos ahora, que ella así lo hizo a lo largo de su vida. “Viajen mientras puedan hasta que estén así”, esto último lo acentuó con un gesto corporal que consistió en agarrárse un grueso mechón de su cabellera blanca, rindiéndole tributo al lenguaje universal y primario de las señas.

Recuerdo con gran nostalgia ese momento pues fue ahí cuando se levantó el telón de este gran episodio de nuestras vidas y nos presentó el primer acto de un viaje más , esteralizado nada más y nada menos que por un par de viejitas, cuya enseñanza más grande fue la de seguir en nuestra aventura hasta que todo se cubriera de blanco, del color de la luz.

Y entonces volamos, cenamos, despertamos, platicamos, leímos, desayunamos, dormimos y aterrizamos.

París estaba bajo nuestros pies.  Ya podíamos gritar a todos los cielos que estábamos oficialmente en territorio europeo.

Sin más preguntas que las de cajón de “¿A dónde van?” y “¿Por cuántos días?”, nos cellaron el pasaporte de acceso libre por su continente. Después de una gran sonrisa de agradecimiento, un cambio de avión y un café illy, que fue algo así como el pellizco de cafeína que nos aseguraba que eso no era un sueño, nos preparamos para vivir Europa 2011.

Roma nos esperaba con una margherita y cientos de romanos listos para la guerra del taco de ojo con mucho risotto.

Tuvimos que esperar muy poco para el cambio de avión que nos llevaría a Roma y bendecidas por la ligereza de nuestros cuerpos sin más maletas que cargar, recorrimos los pasillos de ese lugar genérico de razas llamado aeropuerto y en el que te encuentras por unos momentos suspendido en una especie de limbo multiracial.

Finalmente llegó el momento de caminar por el gusano transportador. Viajamos alrededor de cuatro horas, mismas en las que medio dormíamos y medio despertábamos. En las pantallas pasaban un programa de una viajera por cada rincón de Italia: Roma, Nápoles, Sicilia y demás aperitivos que hacían más que antojable la llegada.

Al bajar del avión, lo primero que nos sorprendió fue el hecho de encontraros con baños mixtos. Después de entrar y salir varias veces tratando de entender la logísitica de la división de sexos, nos percatamos de que se trataba de un baño donde convivían baños para él y para ella. ¡Benvennutti al primer mundo! donde, por cierto, los baños tienen un peculiar y penetrante aroma con acentos de Nunca tomo agua.

Así, después de un más que presto desagüe, fuimos por las maletas para empezar nuestro viaje. Al encontrarme con la mía, descubrí que había sufrido una herida de por vida en el peor momento del viaje: el primer día. Maldije Las Petacas de Miguel y su ínfima calidad camuflajeada de bella por fuera-barata por dentro.

Me recuerdo enfurecida y dramática por el incidente y ahora me río pensando que si me dieran a elegir, elegiría viajar apenas lo suficiente como para acabarme un millón de maletas.

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