miércoles, 11 de noviembre de 2009

La noche que Calamaro besó suelo azteca.


Apenas unos minutos más tarde de la hora prevista para presenciar el primer recital de Andrés Calamaro en tierra Azteca y ya se anunciaban los primeros acordes de Flaca, llevados por la primera, segunda y tercera llamada de un acordeón cuya fuerza radicaba en su sutil discreción.

El nervio se hacía presente entre miles de gargantas méxico-argentinas que, unidas, explotaban entre un mar abierto de pura carne y rock. Y así, vitoreando desde la honda campanilla, zarpó al escenario el capitán del salmón, cantando a cappella una estrofa que bastó para hacer cómplices y parte a los más de nueve mil coristas que arrojaron la fuerza de su impaciente pulmón hasta lo más alto del Auditorio Nacional, más aún cuando el nombre de Pancho Villa saliera camuflajeado entre las palabras del segundo verso.

Después de esta íntima y casi cachonda bienvenida, el escenario estalló entre luces, cuerdas, teclados y percusiones, guiados por la voz de un invitado de honor cuyas gafas de incógnito, irónicamente, lo hacían inconfundible hasta en los lugares más recónditos del recinto.

Desde ese momento, se adivinó una velada en donde cada nota llevaría a todos los presentes por un recorrido entre grandes canciones, desde una reciente y madura expresión de La lengua popular, hasta una impecable y casi nostálgica Honestidad brutal.

Fue entonces que al calor de interminables ovaciones, Andrés descubrió su torso cubierto con la imagen del general Emiliano Zapata, demostrando que esa noche su empatía con el público mexicano era más grande que su importante papel como músico dentro de la escena del rock argentino.

Los chicos, Te quiero igual, Los aviones, Crímenes perfectos, El día de la mujer mundial, Quién asó la manteca, Soy tuyo, Mi gin tonic y Flaca fueron apenas el comienzo de un repertorio colmado de agradecimientos, tanto del público que cantaba sin mesura como del propio Andrés, cuya expresión denotaba sorpresa y encanto a medida que avanzaba el concierto.

Así transcurrieron en un suspiro los minutos, a partir de que canción tras canción Calamaro complació al público con temas tan inesperados como obligados; demostrando a cada estrofa ser ese compositor experimentado que sin comprometerse con un estilo musical, le ha impreso al rock, al tango y hasta las baladas ajenas un sello propio, gracias al cual se ha ganado un lugar privilegiado entre sus fervientes seguidores.

Hacia la llegada de un cierre ejemplar, las alas de Paloma comenzaron a ondear a través de los brazos de su intérprete, cuyo más sincero deseo de recuperar del tiempo perdido le daba, esa noche, razones suficientes para volver.

 

Por Carolina Quirarte
para Camisetas para todos

 

 

http://www.camisetasparatodos.com/web/fichas/mexicodf08.htm

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